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Foto: Felipe Villegas

El 24,2% de estas esponjas hídricas, en su mayoría ubicadas en los departamentos de Casanare, Córdoba y Cundinamarca, se han transformado por cuenta de actividades como la ganadería, agricultura, deforestación, urbanización, minería de infraestructura.

 

BOGOTÁ D.C.- Más de 4,6 millones de hectáreas de humedales han sido transformadas por la ganadería, 1,1 millones por agricultura y 1,08 millones por la deforestación, señala una radiografía del Instituto Alexander von Humboldt sobre la situación en que se encuentran los humedales en Colombia, reservorios hídricos o esponjas de agua encargados de mitigar las inundaciones causadas por fenómenos naturales com La Niña.

El informe, entregado a los medios a propósito de la celebración del Día Internacional de los Humedales, advierte que “también hay serias afectaciones por el fuego, procesos de urbanización, desertificación, minería e infraestructura.
 
Uno de los principales impactos sobre el régimen hidrológico de los humedales está asociado con la producción de energía hidroeléctrica. “Al modificar los caudales en función de la demanda del mercado energético, los embalses alteran la regulación hídrica natural de los ríos y afectan las poblaciones de animales como las tortugas”, evidenció Colombia Anfibia.
 
Las transformaciones sobre los ecosistemas de humedal han generado cambios en las dinámicas del ciclo hidrológico, que influyen a su vez en las relaciones sociales, institucionales, culturales y simbólicas entre los usuarios del agua, señala el informe del Humboldt.
 
“Las alteraciones localizadas sobre el humedal pueden afectar la calidad del agua, su estructura física y la de las comunidades bióticas que lo habitan. Los daños puntuales que se dan en diferentes lugares de las cuencas tienen efectos específicos que acumulan y magnifican sus consecuencias”, precisó el director del Instituto,  Hernando García Martínez.

“Este fenómeno muestra una mayor incidencia hacia el centro occidente del país, lo que sugiere que los humedales de la Amazonia y la Orinoquia son los menos transformados. La población urbana con altos índices de pobreza se localiza en humedales más transformados que en el área rural”, subrayó.

Emporios de biodiversidad

No son charcos ni mucho menos pozetas de aguas negras, explica el Instituto: los humedales son ecosistemas que están atados a los ritmos del agua y se encargan de mitigar las inundaciones, por lo que no permanecen en la misma condición todo el tiempo, ya que presentan patrones de expansión y contracción que les confieren un comportamiento dinámico.
 
Casi todos los humedales se encuentran directamente sobre los acuíferos con los que están interconectados. Por eso es frecuente que las fuentes de agua subterránea rodeen el ecosistema al que abastecen, como sucede en la Depresión Momposina. De ahí que cualquier actividad productiva o extracción de agua subterránea altera a estos ecosistemas.
 
Además de ser estaciones vitales en el itinerario del agua, los humedales son emporios de biodiversidad. Entre las diversas formas de vida que allí habitan están las especies acuáticas, representantes de la flora y la fauna que pasan la totalidad de su vida dentro del agua.
 
Este mundo acuático alberga diferentes especies de plancton (algas y cianobacterias), microalgas, hongos, plantas superiores, musgos, briófitas, animales microscópicos, crustáceos (camarones), caracoles, peces (bocachico y bagre rayado) y mamíferos como el emblemático manatí y el chigüiro.
 
La vida también se impone con fuerza alrededor de los espejos de agua, donde residen diferentes plantas acuáticas como juncos, bosques y matorrales que soportan las inundaciones; insectos (libélulas); moluscos; crustáceos; anfibios (rana Dendropsophus microcephalus) y reptiles (babilla y tortuga hicotea en las ciénagas del Magdalena y del Caribe).
 
Muchas aves residentes y migratorias encuentran alimento y refugio en los humedales, como es el caso de la tingua bogotana, especie única de la sabana de Bogotá, el vaco cabecinegro (Tigrisoma fasciatum)), el chavarrí (Chauna chavaria) y la garza blanca (Ardea alba).
 
En cuanto a mamíferos, una de las especies que más depende de estos ecosistemas es la nutria (Lontra longicaudis), un animal de hábitos nocturnos que se alimenta de los invertebrados y peces de los ríos, arroyos y humedales. Zarigüeyas, comadrejas, ardillas y murciélagos también permanecen ocultos entre su vegetación.
 
Dónde se encuentran
 
Los humedales de Colombia están distribuidos en las áreas hidrográficas del Amazonas, Caribe, Magdalena-Cauca, Orinoco y Pacífico, y abarcan cerca del 26 por ciento de todo el territorio nacional.
 
Así lo refleja la primera cartografía sobre las dinámicas de los humedales elaborada en 2013 por el Fondo Adaptación, Instituto Humboldt, Ideam, IGAC y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADS), un mapa a escala 1:100.000 sobre los humedales continentales de Colombia.
 
“Este trabajo mancomunado nos permitió elaborar Colombia Anfibia: un país de humedales, dos documentos que plasman la complejidad y diversidad de estos espacios de agua en el territorio continental de Colombia y la importancia de integrar una nueva mirada en la gestión de estos ecosistemas”, precisó el director del Humboldt.
 
Según la publicación, el país cuenta con registros de 48.473 humedales y territorios anfibios, su mayoría distribuidos en la extensa Orinoquia y en el área de la cuenca Magdalena-Cauca. “El número considerable de estos ecosistemas evidencia que somos un territorio anfibio, una cantidad que puede seguir alimentándose con nuevos datos en el futuro”, afirmó García.
 
El área hidrográfica del Orinoco contiene la mayor extensión de humedales temporales y permanentes bajo dosel en Colombia, al albergar el 48 por ciento de los territorios anfibios nacionales.
 
“El Orinoco alberga 15.614 humedales, su mayoría temporales. La inundación de las sabanas de Arauca y Casanare puede durar entre tres y cinco meses, mientras que en las márgenes de los ríos Inírida, Guaviare y caño Matavén, hay una importante concentración de humedales permanentes bajo dosel”, revela Colombia Anfibia.
 
El Amazonas es la segunda región que más aporta al área total de humedales en Colombia. “La mayor proporción son temporales ubicados alrededor de los ríos Caquetá, Vaupés, Apaporis y Putumayo. También se observan grandes extensiones de humedales permanentes en la cuenca alta del río Caquetá. Esta zona cuenta con 4.138 registros de humedales”, dice la publicación.
 
La tercera región más anfibia del país es el Magdalena-Cauca, con 15.074 registros. La mayoría son permanentes abiertos, y van desde los humedales de alta montaña (turberas) hasta sistemas cenagosos como los complejos de Zapatosa y La Mojana y sistemas estuarinos como la Ciénaga Grande de Santa Marta.
 
“El río Magdalena no solo se caracteriza por ser el corazón de la actividad económica del país: su paisaje es una amplia muestra de la variedad de humedales que puede albergar nuestro territorio. El área Magdalena-Cauca alberga los embalses más grandes”, explicó el director del Humboldt.
 
El 9% de los humedales colombianos está en el Caribe (6.644 registros), área que abarca las cuencas de los ríos Atrato, Catatumbo y Sinú, todos los pequeños ríos costeros desde el golfo de Urabá hasta La Guajira y los humedales insulares de San Andrés y Providencia.
 
“Algunos de los afluentes del Atrato recogen buena parte de las lluvias de la costa Pacífica y las transportan hasta desembocar en el mar Caribe. Los bosques inundables de este río son los que aportan la mayor cantidad de humedales característicos de la región: los permanentes bajo dosel”, apuntó García.

Aunque el Pacífico tiene las menores extensiones de todas las categorías de humedal, con un cinco por ciento del total nacional (5.676 registros), es dueño del área de manglar más extensa de todo el Pacífico sudamericano.
 
“El área hidrográfica del Pacífico contiene los ríos Patía, Mira, San Juan y Baudó, y la mayoría de los humedales son permanentes bajo dosel (manglares) y temporales”, indica Colombia Anfibia.
 
Los 10 departamentos con mayor cantidad de humedales son: Casanare (6.332), Córdoba (4.122), Cundinamarca (3.391), Bolívar (3.286), Vichada (3.146), Magdalena (2.823), Cauca (2.632), Meta (2.341), Arauca (2.136) y Antioquia (1.894).
 
En términos de conservación, solo el 7,2% de los humedales del país se encuentra en alguna categoría de protección dentro del sistema de áreas protegidas. Por ejemplo, 2.163 humedales están en Parques Nacionales Naturales. En territorios de comunidades negras hay 4.663 humedales y en resguardos indígenas, 3.824, menciona García.
 
Deterioro de la Ciénaga Grande
 
Para el Instituto Humboldt, la Ciénaga Grande de Santa Marta ilustra cómo las iniciativas de desarrollo han impactado gradualmente en los ecosistemas a través del tiempo. “Desde comienzos del siglo XX, la dinámica hídrica de la zona ha estado sometida a presiones como la agricultura intensiva y la construcción de infraestructura, cuyos efectos se ven aún hoy”, dice el informe.
 
El manglar, el elemento más representativo de la Ciénaga, ha hecho evidente la difícil situación ambiental del sistema. La construcción de carreteras y extracción de madera durante 20 años impulsaron el deterioro de este ecosistema, disminuyendo así su cobertura vegetal y la disponibilidad de agua.
 
“Otro caso revelador es el de la pesca, el servicio de mayor importancia histórica en la Ciénaga. Las alteraciones ecológicas han impulsado una serie de adaptaciones por parte de los pescadores, que han aumentado la presión sobre el recurso llevándolo a la sobreexplotación”, explica el informe del Humboldt.
 
La agonía de la Ciénaga Grande de Santa Marta inició hacia 1930, cuando la agricultura intensiva y la ganadería disminuyeron los caudales de entrada. Entre 1956 y 1960, la construcción de una autopista en la zona norte cortó la conexión entre el mar y las lagunas costeras.
 
“En la década de los 60, la extracción forestal modificó los flujos hídricos del manglar y dejó zonas de estancamiento en el bosque. En los 70, la construcción de la carretera Palermo-Sitionuevo-Remolino bloqueó los flujos de agua entre el río Magdalena y las ciénagas”, revela una línea del tiempo de este ecosistema publicada en Colombia Anfibia.
 
Las problemáticas continuaron con el paso de los años. En 1980 se construyeron cuatro box culverts en la carretera Ciénaga-Barranquilla para rehabilitar el sistema, y en la década de los 90, la demanda de agua en la zona bananera aumentó.
 
“En 1998 fueron rehabilitados los caños Aguas Negras y Renegado y construidos otros tres box culverts bajo la carretera Ciénaga-Barranquilla. Sin embargo, en 2000 los caños dejaron de ser operativos debido a factores como la falta de mantenimiento y la vegetación acuática producida por la entrada de agua dulce al sistema”.
 
El manglar de la Ciénaga empezó a mermar entre 1956 y 1964 con la construcción de la carretera Ciénaga-Barranquilla, la que desencadenó una pérdida de este bosque. Para 1993 ya se había perdido la mitad del manglar que existía en la década de los 50.
 
“Las acciones para rehabilitar este ecosistema iniciaron en 1996, mostrando una tasa de recuperación de 878 hectáreas cada año en 2001. Sin embargo, en 2006 la cobertura de manglar volvió a disminuir”.
 
El panorama actual de la Ciénaga no es alentador. Cinco actividades podrían catalogarse como sus mayores verdugos: proyectos de infraestructura vial y portuaria; afectaciones hidráulicas por diques, trinchos y desviaciones de ríos; incendios asociados a prácticas para la elaboración de carbón de mangle o preparación de cultivos; sedimentación por la entrada de alta carga por los canales; y ampliación de cultivos de palma y ganadería bufalina.
  
Mirada cultural
 
Desde la época prehispánica, estos ecosistemas han albergado diferentes poblaciones que han dependido de su biodiversidad y los han llamado de diferentes formas, como pantano, tembladero, cunchal, madrevieja, estero, ciénaga, jagüey, turbera, morichal o espejo de agua.
 
Según el Instituto Humboldt, desde la llegada de las primeras comunidades al país, hace aproximadamente 16.000 años, el desarrollo de diversos pueblos en Colombia ha estado ligado al agua, una marcada relación que llevó al sociólogo colombiano Orlando Fals Borda a proponer, en 1979, el término de culturas anfibias.
 
Las viviendas y las formas de transporte de las comunidades anfibias están diseñadas para funcionar en el agua, y la dinámica de su cultura está ligada a la abundancia y escasez de este elemento.
 
Esta relación se manifiesta en distintas magnitudes, desde la dependencia estrecha de los indígenas zenúes y malibúes de la Depresión Momposina, hasta las relaciones basadas en la dimensión simbólica que tenían los muiscas en los Andes orientales.
 
Los habitantes de los humedales han aprendido a vivir en equilibrio con ellos. “Las fibras, hojas y semillas de plantas que crecen allí son usadas para distintos propósitos, como la elaboración de artefactos para las actividades pesqueras y la preparación de alimentos como la chicha de canangucho en la Amazonia”, indica Colombia Anfibia.
 
La carne de peces y otros animales de estos ecosistemas es usada para elaborar platos como el tatuco de pescado en la Orinoquia, la sopa de cangrejo en el Pacífico y la gamitana rellena en la Amazonia. “El barro también puede utilizarse para hacer vasijas y otras formas de cerámica con distintos usos, como el espiritual, decorativo y cotidiano”.

Las infraestructuras anfibias expresan la adaptación de las personas a la dinámica del humedal. Uno de los casos más representativos es el de los canales artificiales de los indígenas zenúes, que son la modificación del paisaje más extensa de la época prehispánica.
 
Las viviendas palafíticas, aterradas y puentes artesanales son otras adaptaciones características de las culturas anfibias. “Con estas construcciones, los poblados pueden establecerse en territorios que se inundan temporal o permanentemente, además de elaborar estructuras complementarias que facilitan su vida en un medio acuático, como los zarzos y zoteas”.
 
Alrededor de los humedales, las comunidades han construido una forma de vida y cosmovisión particular. Según Colombia Anfibia, en estos ecosistemas es posible aproximarse a los dioses y espíritus por medio de ceremonias religiosas.
 
“Esta apropiación cultural ha dado lugar a seres mágicos como el Chautéh (Cauca), la Curupira (selvas de la Amazonia), el Mohán (cordillera de los Andes y valle del río Magdalena), el Hombre caimán (El Plato, Magdalena) o la Madremonte (cordilleras Central y Occidental)”.
 
Incluso la música de los pueblos anfibios tiene a los humedales y al agua como protagonistas. En sus letras se pueden escuchar las dinámicas de estos ecosistemas y el valor que tienen para la gente. Cumbias, pasillos, guabinas, vallenatos, bullerengues, champetas, joropos, salsas, currulaos y bambucos, reflejan la dependencia y el entendimiento de las personas con los humedales.
 
Así lo demuestran algunas de las canciones más emblemáticas del país, como La piragua y El pecador de José Barros, Se va el caimán de José María Peñaranda y Los guaduales de Jorge Villamil C.), que narran historias de convivencia en ecosistemas de humedal y constituyen referentes de identidad.
 
“Los humedales, además de ser enormes reservorios de biodiversidad y agua, son lugares que les brindan alimentación y sustento a muchas poblaciones, las cuales han construido allí estrechos lazos culturales que vienen desde la época prehispánica. Al afectar estos ecosistemas estamos acabando con nuestros pueblos anfibios”, puntualizó el director del Instituto Humboldt.